En Puerto Deseado se instaló la primera planta potabilizadora de agua de mar de gran escala en la Argentina y a fin de año estará lista otra para 100.000 habitantes en Caleta Olivia. Cómo funciona esta tecnología y en qué casos conviene utilizarla.
Planta de ósmosis inversa en Puerto Deseado. |
El agua de mar representa el 98 % del agua en la Tierra. Por eso, investigar modos eficientes de potabilizarla ha sido un tema de investigación durante décadas. Actualmente, diversos países cuentan con plantas desalinizadoras para abastecer de agua potable a sus ciudadanos. Israel, Arabia Saudita, España, Japón y Estados Unidos fueron algunos de los pioneros. La Argentina cuenta desde mediados de este año con una planta operativa en la ciudad de Puerto Deseado y se espera que a fin de año también esté en funcionamiento otra de características similares en Caleta Olivia, ambas en Santa Cruz.
“La planta de Puerto Deseado es la primera de agua potable de mar que existe en nuestro país en una escala como para abastecer a un municipio entero, de unos 18.000 habitantes, explica el ingeniero químico Juan Pablo Camezzan, desarrollador de negocios responsable para la Argentina de la empresa RWL Water. Esta empresa estadounidense adquirió a la firma marplatense Unitek en 2013 para desembarcar en América Latina en el sector de tratamiento de aguas. Camezzan recuerda que “hubo una experiencia en 1986 en Puerto Pirámides, pero era una planta mucho mas chica, casi un piloto”. Antes de la puesta en marcha de la planta desalinizadora, los habitantes de Puerto Deseado solo recibían agua potable dos horas por día, cada dos días.
La planta de Puerto Deseado es de ósmosis inversa (con un sistema de dos conjuntos de 120 membranas cada uno) y tiene una capacidad de producción diaria de 3.000 metros cúbicos o 3 millones de litros. Su diseño incluye membranas de ultrafiltración como pretratamiento, un sistema de radiación ultravioleta –para eliminar bacterias– y un sistema de recuperación de energía, para disminuir lo más posible el consumo de electricidad.
“En el proceso de tratamiento hay dos etapas bien diferenciadas: una primera de pretratamiento con tecnología de ultrafiltración, en la que se remueven sólidos en suspensión, algas, bacterias y virus; y la segunda, que corresponde al proceso de ósmosis inversa, en la que se reduce la concentración de sólidos disueltos en el agua”, explica Camezzan y afirma que el sistema de recuperación energética permite reducir a la mitad la cantidad de energía total consumida por ese módulo.
Los módulos necesarios para la planta de Puerto Deseado fueron desarrollados en un plazo de 180 días y se necesitó un período similar para concluir la obra, que se hizo en conjunto con la empresa constructora CPC, para la cual recibieron un financiamiento público de alrededor de 10 millones de dólares (adjudicado en abril del 2014 a través de ENOHSA, el Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento, creado por la Ley 24.583 en 1995).
Algo similar ocurrió en Caleta Olivia, una ciudad que en 2014 declaró la emergencia hídrica (sus habitantes salieron a reclamar por el suministro tras haber estado casi un mes sin agua, del 5 al 25 de febrero de ese año). RWL Water también fue adjudicataria de una licitación en esa ciudad, en este caso por alrededor de 35 millones de dólares, para construir una planta con tecnología similar pero de mayor capacidad, dado que tendrá que abastecer a unos 100.000 habitantes. Está previsto que esta planta comience a operar a fines de este año y contará con una capacidad de producción diaria de 12.000 metros cúbicos o 12 millones de litros de agua potable.
Camezzan destaca que una de las cuestiones más importantes fue modificar la percepción pública de esta tecnología, que desde el punto de vista técnico ya ha sido probada en el mundo y para su construcción se siguen protocolos internacionales. Sin embargo, lograr que se adoptara en la Argentina fue una labor de más de una década de diálogo –inicialmente desde Unitek, que fue creada en 1993– con distintos actores públicos y privados.
“Que los habitantes de cada localidad comprendan el funcionamiento y los principios de uso, la importancia o relevancia de este tipo de plantas, son procesos que llevan tiempo y hacen intervenir a todas las partes, para que todos estén al tanto y de acuerdo con el esquema tecnológico que se está proveyendo y con el rendimiento de la planta”, aclara Camezzan –que en estos proyectos trabajó junto con sus colegas Adrián Godoy y Manuel García de la Mata– y dice que, en general, la principal resistencia que aparece es “por desconocimiento de la tecnología, que genera dudas en los usuarios. Por ejemplo, se argumentaba que el consumo energético iba a ser muy alto y el costo por litro de agua potable también, y que por eso los usuarios iban a tener que pagar una tarifa más cara, que se estaba contaminando la fuente de agua y otros argumentos, que fueron rebatidos en diferentes oportunidades”.
Por eso, el especialista considera que esta opción a veces resulta más conveniente en términos de costo de inversión y de operación que otras alternativas existentes, como ocurrió en estas dos ciudades. Por ejemplo, explica que Caleta Oliva recibe agua del lago Musters, ubicado a 140 kilómetros de esa ciudad, “a través de una acueducto que tiene mucha demanda de mantenimiento”. En el caso de Puerto Deseado, agrega, “era todavía más complejo, porque la opción de un acueducto era prohibitiva y la única fuente de abastecimiento que tenían era de agua subterránea, que tiene una concentración de sales disueltas elevada porque hay un fenómeno de intrusión marina propio de la costa”.
Fuente: TSS