El hallazgo, en la zona del cañón del Atuel, en Mendoza, de numerosas huellas de organismos marinos de hace unos 400 millones de años refuta la hipótesis acerca de cómo eran los ecosistemas marinos más profundos.
Mata microbiana en la roca, con estructura típica de corrugaciones del Silúrico superior. Foto: Pablo Pazos. |
En la ciencia, al igual que en la política y la economía, hay países centrales y países periféricos. Y los países centrales siempre consideraron que podían determinar no sólo la economía y la política de los países periféricos, sino también el conocimiento. Así, en la geología y la paleontología, las investigaciones realizadas en el hemisferio norte postularon desde hace tiempo hipótesis acerca del pasado lejano de nuestro planeta que hoy se muestran erróneas pues no tenían en cuenta el paleocontinente de Gondwana. Es que los estudios que se están realizando en Sudamérica están echando por tierra aquellas aventuradas conclusiones.
El hecho es que, según las interpretaciones que se hacían desde el norte, se creía que la actual América del Sur (que formaba parte del continente de Gondwana) no contaba con ciertos registros paleontológicos cruciales correspondientes al Paleozoico medio, alrededor de 400 millones de años atrás. Sin embargo, a partir del hallazgo de un gran número de huellas fósiles (icnofósiles), hoy sabemos que en aquella etapa lejana, los fondos marinos fueron muy ricos en una fauna dominada por organismos carentes de partes duras y de difícil preservación.
Se conoce mucho de los ecosistemas marinos del Paleozoico inferior y del superior, pero se sabe poco acerca del Paleozoico medio. Una de las hipótesis más aceptadas decía que, en ambientes marinos profundos, los registros paleontológicos (icnológicos) tuvieron un cambio sustancial por los efectos de la desaparición de las matas microbianas, de las que se alimentaban. También se suponía que estas coberturas bacterianas habían desaparecido de esos ambientes y se habían restringido en ambientes someros y marginales, y así, según se creía, pudo existir un recambio faunístico registrado a partir de evidencias (huellas) en fondos marinos. Sin embargo, estas hipótesis parecen estar equivocadas, según afirma Pablo Pazos, investigador en el Departamento de Ciencias Geológicas, de Exactas UBA.
En efecto, los estudios que Pazos está realizando con su grupo de trabajo en el cañón del Atuel muestran la presencia de abundantes matas microbianas producidas por cianobacterias junto a una gran variedad de huellas fósiles tradicionalmente asociadas a ambientes marinos muy profundos, lo que indica que esa icnofauna es menos profunda y coexistía con las matas microbianas, que no habían desaparecido de los fondos marinos. Los resultados se publicaron en la revista Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology.
Cabe aclarar que las huellas fósiles, o icnitas, dejadas por vertebrados o invertebrados, pueden ser el único rastro de la existencia de un organismo, en el caso de que sus restos fósiles corpóreos no pudieran ser hallados. Esas huellas no hablan sólo de la presencia del organismo sino también de su comportamiento. Además, dan cuenta de las condiciones del ambiente en el momento en que se produjeron, como si fuera una fotografía de ese instante.
En el caso de las huellas fósiles halladas en el cañón del Atuel, “permitieron mostrar que la hipótesis de que las matas microbianas se retrajeron a ambientes marinos marginales en el Paleozoico medio no es cierta. Además, se negaba la existencia de muchos de los registros que estoy encontrando”, asegura Pazos.
Y prosigue: “Lo interesante es que esta gran variedad de icnofósiles son los más diversos que se conocen en el registro de Gondwana, y esto va a cambiar la mirada sobre la diversidad en el Paleozoico”. Las trazas fósiles halladas indican la presencia de organismos marinos que convivían con una mata microbiana que es posible que estuviera alojada en una zona de no más de 200 metros de profundidad.
Durante mucho tiempo se dijo que ese tipo de organismos habitaban en fondos marinos abisales, a más de mil metros bajo el nivel del mar. “Una de las conclusiones es que estas huellas fósiles indicarían una menor profundidad de lo que se dijo siempre, sobre la base de que esas matas microbianas presentan los rasgos de las bacterias que hacen fotosíntesis y, por ende, habrían necesitado de la luz solar para vivir”, subraya Pazos. Asimismo, el mar que cubría la región en aquella época era mucho menos profundo de lo que se creía.
Intervalo poco estudiado
¿Por qué el Paleozoico medio es un período poco estudiado? Lo cierto es que, hacia el final de esa época, se produjo un gran ciclo de movimientos de la corteza terrestre (tectónicos) que se extendieron en diversas partes del mundo, e hicieron que muchas rocas estén hoy muy poco preservadas y sea difícil disponer de registros fósiles. En el hemisferio sur, esos movimientos tectónicos consistieron en la colisión de diversos terrenos que se fueron anexando a Gondwana por el oeste, como el de Cuyania, previo al Paleozoico medio, y que incluye al Bloque de San Rafael (cañón del Atuel) y, posteriormente, el de Chilenia.
Sin embargo, Pazos aclara que “a pesar de que las rocas están plegadas y fracturadas, se pueden encontrar trazas fósiles muy bien preservadas. Hay pocos fósiles corpóreos marinos y algunos restos de plantas, pero hay pocos bivalvos y los trilobites están ausentes, porque la acumulación de sedimentos se fue produciendo de manera brusca, lo que posiblemente dificultó el desarrollo de una fauna que pudiera permanecer en el tiempo”, explica.
Lo interesante de la región del Atuel es que, según comenta Pazos, “se puede caminar con mucha facilidad, y uno encuentra eventos geológicos al alcance de la vista”.
Bacterias inmortales
Las matas bacterianas producen estructuras biosedimentarias que fueron formadas por la acción de microorganismos. “Las bacterias tienen una responsabilidad en la morfología visible en las rocas”, señala Pazos. Esas estructuras dan cuenta de cómo vivían esos organismos en el sedimento, al que fueron modificando.
“Uno ve la roca y observa que ésta muestra un brillo particular, por eso se habla de ‘barniz bacteriano’ y, si se toma una muestra y se la mira al microscopio, se ve que se trata de bacterias fosilizadas”, detalla.
Se sabe que muchas bacterias participan en la precipitación de carbonato de calcio, y éste a su vez preserva el registro de las los envoltorios de las bacterias. Es como si ellas hubieran querido perdurar, y ser fosilizadas. Como si hubieran tenido una intención de inmortalidad.
En Europa se suponía que en Gondwana no había matas microbianas. “No es que no hubiera, sino que no había estudios”, destaca Pazos. Por eso su investigación contribuye a llenar un bache de conocimiento.
Fuente: NEX