“Una nariz electrónica es un instrumento de olfato artificial que permite distinguir y reconocer aromas utilizando sensores de gas”, explicó el doctor Alberto Lamagna, gerente del Área Investigaciones y Aplicaciones No Nucleares de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y responsable del desarrollo de estos novedosos sensores que podrían detectar sustancias peligrosas o inaccesibles para el olfato humano.
“Es un microsensor –amplió Lamagna- formado por pequeñas partículas de materiales nanoestructurados, es decir, estructurados en el orden del millonésimo de milímetro, que tienen la peculiaridad de cambiar alguna característica fija en presencia de un gas o de un conjunto de gases, es decir, percibirlos y señalar esa percepción”.
Respecto a los objetivos del proyecto, el especialista de la CNEA comentó que inicialmente el fin de estos “olfateadotes” fue el monitoreo de monóxido de carbono y otros contaminantes urbanos. “Más adelante apuntamos hacia la industria alimentaria. Electronizar el olfato sirve para oler sustancias inaccesibles o peligrosas. Pero además una e-nose puede sustituir los ‘paneles de expertos’ que monitorean productos industriales, y con dos ventajas: mide siempre del mismo modo objetivo, mientras que los panelistas humanos se resfrían, o se les ‘satura’ el olfato tras muchas horas de medición”, asegura.
El desarrollo de las narices electrónicas comenzó en el año 2000. Inicialmente, el proyecto recibió un subsidio del Estado para desarrollar sensores de gas y de la Agencia de Ciencia y Técnica. Sin embargo, el impulso vino de una empresa cervecera, “que creyó en nosotros y nos hizo un contrato para que desarrolláramos una. Esta empresa tenía un encargado de comprar malta que tenía muy buen olfato y olía la malta antes de comprarla. Pero el olfato humano se acostumbra demasiado fácil a los olores y las últimas compras de malta no venían siendo tan buenas. De modo que la nariz electrónica les permitió zanjar el inconveniente”, relató Lamagna.
El desarrollo de las narices electrónicas comenzó en el año 2000. Inicialmente, el proyecto recibió un subsidio del Estado para desarrollar sensores de gas y de la Agencia de Ciencia y Técnica. Sin embargo, el impulso vino de una empresa cervecera, “que creyó en nosotros y nos hizo un contrato para que desarrolláramos una. Esta empresa tenía un encargado de comprar malta que tenía muy buen olfato y olía la malta antes de comprarla. Pero el olfato humano se acostumbra demasiado fácil a los olores y las últimas compras de malta no venían siendo tan buenas. De modo que la nariz electrónica les permitió zanjar el inconveniente”, relató Lamagna.
Prototipo Pampa II, una nariz electrónica integrada en una PC. |
En 2004, los investigadores de la CNEA recibieron una nueva inversión del gobierno para armar una start up, una empresa nueva. “Hicimos dos narices, una genérica y una portátil para oler pescado con la idea de ponerla en los barcos para detectar si se corta la cadena del frío. En Europa estaban desarrollando eso y mejoramos la tecnología, lo miniaturizamos bastante”, conto Lamagna.
Finalmente, el especialista consideró que “las aplicaciones de la nanotecnología permiten la creación de nuevos dispositivos y sistemas mediante el control de la materia en la escala del nanómetro (millonésima parte de un milímetro). Pero también son desarrollos concretos que significan soberanía tecnológica. Trabajando en esa escala tan pequeña se pueden hacer cosas que hacen grande al país”.
Fuente: U238