Los resultados obtenidos por el grupo de investigación en vacunas de la UNSAM y el CONICET, que coordina Juliana Cassataro, definieron la aprobación de la Fundación Bill y Melinda Gates para un financiamiento de un millón de dólares hasta 2017.
Agencia TSS – Un grupo de científicos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), liderado por la investigadora Juliana Cassataro, desarrolló un innovador mecanismo de acción para potenciar el efecto de las vacunas recombinantes que llamó la atención en uno de los concursos de la Fundacion Bill y Melinda Gates: el Grand Challenge Exploration in Global Health. Tanto, que esta organización les otorgó el primer financiamiento en el año 2010 y no ha dejado de renovarlo.
A fines de 2014, a partir de los resultados obtenidos durante más de cinco años de trabajo, se convirtieron en el único equipo de investigación en la Argentina en recibir el denominado financiamiento de Fase II que otorga esta fundación, mediante el cual recibirán un millón de dólares hasta 2017. Esto les permitirá comenzar una etapa de investigación pre-clínica. “El primer financiamiento fue para hacer una prueba de concepto con diferentes antígenos recombinantes y probar si aumentaba la respuesta inmune. Este último ya es con un modelo particular, para ver si protege o no y si tiene estabilidad y estructura; es mucho mas detallado”, advierte Cassataro, que es bióloga especializada en inmunología y docente del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la UNSAM.
Los resultados que dieron lugar a esta nueva etapa de financiamiento fueron publicados en el último número del Journal of Controlled Release. “Este trabajo muestra todos los resultados que obtuvimos desde 2010, que nos permitieron pasar a esta nueva fase que comprende todas las pruebas pre-clínicas, que requieren muchos ensayos en ratones y estudios de la estructura de la vacuna, para tratar de pasar a una fase clínica dentro de dos o tres años”, agrega la científica. Esto significa que, si obtienen resultados satisfactorios, podrían comenzar a hacer pruebas en personas –aunque este es un proceso muy costoso que suelen llevar adelante los grandes laboratorios internacionales–, que es el último paso antes de que un desarrollo de este tipo se convierta en una vacuna comercial para combatir, en este caso en particular, a la denominada diarrea del viajero. Se trata de una afección que puede ser grave y que es provocada por la bacteria Escherichia coli enterotoxigénica, que puede estar presente en alimentos crudos o mal cocidos o en el agua, en particular en regiones adonde este recurso no es potable o está contaminado.
Lo novedoso del desarrollo es el modo en que esta vacuna lograría la inmunidad, es decir, que el organismo quede protegido frente a la enfermedad. Actualmente, existen distintos tipos de vacunas: las “vivas” (que suministran la bacteria atenuada), las “muertas” (que tienen todo el microorganismo muerto, como en los casos de la tos convulsa y la Hepatitis A), y las vacunas que utilizan proteínas purificadas, que son las que menos inconvenientes presentan, pero también las que menor capacidad de protección proveen (como las vacunas contra el HPV y la Hepatitis B).
Sobre este último tipo de vacunas está trabajando el equipo de investigación que coordina Cassataro. Se trata de un tipo de vacunas recombinantes que están compuestas por un antígeno, que es la parte específica del patógeno, el virus o la bacteria que se quiere combatir, y un adyuvante, que es cualquier tipo de compuesto que incremente la respuesta inmune contra el antígeno, que en este caso es una proteína de Brucella denominada OMP19.
“Detectamos que, si administrábamos esa proteína por vía oral, daba protección contra la Brucella –la bacteria responsable de la brucelosis– pero entonces no sabíamos cuál era el mecanismo o por qué ocurría eso, puesto que no es común que una proteína ingerida por vía oral tenga esa capacidad”, explica la bioquímica Karina Pasquevich, una de las investigadoras de este equipo, que desarrolló su tesis doctoral en inmunología sobre este tema.
“Fue entonces que, con un análisis de la secuencia de esa proteína, encontramos que podía parecerse a inhibidores de proteasas y entonces postulamos la hipótesis que nos financiaron en ese primer concurso en 2010. El rol principal de la proteasa en el sistema digestivo es degradar las proteínas en sus componentes básicos, que son los aminoácidos o péptidos, que el cuerpo los puede absorber y usar como nutrientes, pero cuando uno da un antígeno para una vacuna no quiere que eso ocurra, porque si se degrada no induce la respuesta inmune deseada, y entonces lo damos en conjunto con nuestro inhibidor”, aclara Pasquevich, que también es docente de Inmunología Molecular en la UNSAM, y destaca que los resultados demuestran que estas proteínas funcionan como adyuvantes que podrían ser útiles en vacunas contra distintos tipos de enfermedades.
Y es justamente ese potencial lo que hace tan interesante seguir investigándolo, puesto que puede ayudar a desarrollar vacunas más eficientes. “Sería como invertir o detener el proceso digestivo de manera transitoria. Es un proceso muy corto y no es total, puesto que solo inhibimos un 50 % la degradación y por un tiempo muy corto, porque sino podría ser muy peligroso, ya que podría causar indigestión o algún otro inconveniente. Hasta ahora la formulación que le damos a los ratones es una solución en gotas, pero también podrían ser píldoras”, aclara Cassataro. Y apunta que, específicamente, están tratando de mejorar la respuesta inmune en las vacunas orales, que son más aceptadas y fáciles de aplicar que aquellas que requieren del uso de jeringas.
Fuente: TSS