Investigadores cordobeses estudian una nueva ave prehistórica y buscan conocer sus capacidades.
América del Sur estuvo aislada de América del Norte durante un largo período y Centroamérica no existía. En ese entonces en el cono Sur no había mamíferos carnívoros placentarios, como pumas y osos, por lo que las llamadas Aves del Terror eran los principales carnívoros en esos ecosistemas.
Federico Degrange -investigador asistente- y Claudia Tambussi –investigadora principal- del Centro de Investigaciones de Ciencias de la Tierra (CICTERRA, CONICET-UNC), estudiaron el esqueleto más completo encontrado hasta el momento de este grupo de animales y describieron una nueva especie: Llallawavis scagliai. Este descubrimiento les valió una reciente publicación en la prestigiosa revista Journal of Vertebrate Paleontology.
Federico Degrange -investigador asistente- y Claudia Tambussi –investigadora principal- del Centro de Investigaciones de Ciencias de la Tierra (CICTERRA, CONICET-UNC), estudiaron el esqueleto más completo encontrado hasta el momento de este grupo de animales y describieron una nueva especie: Llallawavis scagliai. Este descubrimiento les valió una reciente publicación en la prestigiosa revista Journal of Vertebrate Paleontology.
De nombre Fororraco
Estos animales pertenecen a un grupo que está completamente extinto, pero que además no tiene ningún análogo actual. El grupo se conoce como Terror Birds – Aves del Terror- también llamados fororracos. “Este grupo tiene representación fundamentalmente en América del Sur e incluía desde especies pequeñas hasta algunas que llegaban a medir tres metros. Tenían cráneos muy grandes y hábitos carnívoros. Los más pequeños probablemente hayan podido aletear, pero en general no volaban”, describe Tambussi.
La mayor cantidad de restos de fororracos se encontraron en Argentina ya que el noroeste y la Patagonia son ambientes fosilíferos muy propensos, es decir que se dieron las condiciones para que se pudieran preservar los restos, fosilizarse y, luego, ser encontrados.
Identikit de Llallawavis scagliai
En 2010 Matías Taglioretti, Alejandro Dondas y Fernando Scaglia, coautores del trabajo, encontraron en la playa La Estafeta, cerca de Chapadmalal, el esqueleto de una especie desconocida de fororraco, en muy buen estado de conservación y que cuenta con aproximadamente un 95 por ciento de sus componentes.
“Es el esqueleto de fororraco más completo del planeta y es uno de los más enteros dentro de las aves fósiles en general”, asegura Tambussi. Además es un holotipo, es decir, la pieza que se utiliza como referencia si se encuentran otros restos que se suponen pueden ser de la misma especie.
Luego de analizarlo y determinar que efectivamente estaban frente a una nueva especie, lo denominaron Llallawavis scagliai. “Llallawa quiere decir magnífico en quechua y avis es la terminación científica -junto con ornis- para denominar a las aves. Scaglia es el abuelo de uno de los autores que fue un pionero en paleontología en Mar del Plata”, explica Degrange.
Llallawavis scagliai era uno de los mayores predadores de América del Sur y habitó el noreste de lo que en la actualidad conocemos como Argentina, hace unos 3.5 millones de años. Este fororraco de un metro veinte de altura y 18 kg, vivía en lugares asociados a palmeras y cuerpos de agua. Convivía con mamíferos marsupiales -como las comadrejas-, gliptodontes, perezosos gigantes, perdices, patos, cóndores, roedores, mulitas, y otros fororracos; además de insectos y plantas.
Si bien hay algunos análisis que están aún por realizarse, como por ejemplo la reconstrucción del cerebro, hay una gran cantidad de datos novedosos. La tráquea, por ejemplo, está muy bien conservada y puede ayudar a inferir cuestiones acerca del canto.
Respecto a la audición se pudo calcular el rango de frecuencias que podían llegar a percibir. “Notamos que la frecuencia media de audición de Llallawavis es relativamente baja. Las bajas frecuencias tienden a propagarse a lo largo de grandes distancias sin grandes modificaciones, lo cual representa una ventaja al momento de detectar presas. Esta capacidad auditiva es similar a la audición de las aves corredoras actuales como el ñandú”, asegura Degrange.
Por otra parte, las aves tienen una placa ósea en los ojos llamada anillo esclerótico y en este ejemplar está muy bien conservado. En general no tienen visión estereoscópica, es decir que no forman una única imagen a partir de la información que obtienen de los dos ojos, por lo tanto no tienen noción de distancia igual a la que perciben los humanos. Sin embargo, para cazar la profundidad es fundamental.
“Los fororracos pueden haber tenido lo que se conoce como visión estereoscópica funcional: cuando bajaban el pico y miraban hacia el frente, podrían haber formado una imagen única, con profundidad de campo. Además, para evitar que se formen dos imágenes separadas por el gran tamaño del pico, sería necesario que los ojos sobresalgan. Y, para que no queden peligrosamente expuestos, el anillo esclerótico que encontramos serviría de protección”, describe Tambussi.
Por otra parte, en un trabajo anterior estudiaron cómo funciona el cráneo de los fororracos. A través del análisis de elementos finitos -que es una técnica de ingeniera que sirve para testear la resistencia de los materiales- se estudió como puede haber funcionado ese pico tan largo ante la presa. “El ave no sólo tenía que matarla sino también cortarla, ya que no tienen dientes. Lo que hipotetizamos es que el fororraco perseguía a la presa corriendo –por lo cual estudiamos las patas y vimos que sí podían correr- y usaba el pico como una guillotina o un hacha, con un golpe certero”, explica Degrange.
A través del análisis de las características del cráneo de Llallawavis se puede inferir que funcionaba de la misma manera. Pero hay otros datos que apoyan esta hipótesis. En general, las aves mueven el pico de manera separada al cráneo y aunque los antecesores de esta especie tenían este tipo de articulación, ésta la perdió. “Esto refuerza la idea de que cazaba las presas utilizando su pico como una guillotina, por lo que una estructura rígida sería más útil que una articulada”, comenta Degrange.
Finalmente, “el estudio de los restos óseos y la reconstrucción que pudimos hacer de músculos y ligamentos del cuello, indican que el rango de movimiento era dorsoventral -de arriba abajo y viceversa-, coincidiendo con la hipótesis de modo de caza con la que venimos trabajando”, afirma Tambussi.
Fuente: CONICET