viernes, 28 de junio de 2019

Momento crítico del Programa Nuclear Argentino

Estamos ante una instancia decisiva. Si los argentinos no reaccionamos con firmeza, el daño a nuestras posibilidades tecnológicas y a nuestra soberanía, será irreversible.

El Centro Tecnológico de Pilcainyeu.

Gabriel N. Barceló, ingeniero mecánico, doctor en física, ex-vicedirector de Ingeniería Nuclear en el Instituto Balseiro, y luego gerente a cargo de la «diplomacia nuclear» de la CNEA y Daniel E. Arias, periodista científico, han trabajado en común para dar esta alerta.

«En 1983 Argentina informó al mundo que había adquirido la capacidad de enriquecer uranio en una planta piloto en Pilcaniyeu (“Pilca”), en una quebrada solitaria y sin caminos, a unos 60 km. de Bariloche pero muy lejos del mundo.

La Guerra de Malvinas era un recuerdo fresco y daba para interpretaciones torcidas. Extrañamente fue New Scientist, un semanario científico británico, el que puso las cosas en contexto el 8 de diciembre. Dijo que el Alte. Carlos Castro Madero, presidente por dos días más de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y responsable máximo de la iniciativa, probablemente sólo buscaba asegurarle a la Argentina (y a 9 posibles compradores de reactores argentinos en la región) la provisión de combustible enriquecido.

La CNEA, informaba la revista inglesa, ya había sido objeto de un boicot por parte de EEUU en 1978, después de haber exportado dos unidades de investigación e irradiación a Perú. El boicot había afectado a ambos países, pero a la CNEA, que se jugaba el prestigio, le terminó costando U$ 68 millones en pérdidas por rediseño para salvar la operación (serían U$ 274 millones actuales).

El desarrollo de Pilca se decidió precisamente para poder exportar tecnología nuclear pacífica sin que EEUU nos sacara de juego mediante el boicot. Pilca debió construirse -en trabajoso secreto- en un sitio casi inaccesible, pese a que no violaba ningún compromiso legal internacional, y tuvo su primer y modesto éxito técnico en 1981, que se silenció. De haberse divulgado la movida se hubieran disparado presiones en contra, fundamentalmente desde adentro de la propia dictadura cívico-militar genocida de la época. La planta no habría llegado jamás a término, o se habría desmantelado y el equipo experto habría sido dispersado por las malas.

Después del éxito de exportación argentino en Perú siguieron Argelia, Egipto, Australia, Holanda, Arabia Saudita… El paraguas que durante los 35 años siguientes le dio Pilca a nuestras exportaciones de reactores, así como al funcionamiento de los que tenemos en el país, quedó opacado por aquel aparente pecado de origen: haber nacido en un gobierno militar y, además, justamente, durante aquel gobierno militar.

El sigilo en realidad empezó en democracia: los primeros informes técnicos sobre enriquecimiento del entonces joven Dr. Conrado Varotto datan de 1975 y muestran, ya en la semilla, una decisión de 1974 del presidente Juan D. Perón y el titular de la CNEA, contraalmirante Pedro Iraolagoitía. La idea era alcanzar un dominio de todo el ciclo de combustibles nucleares.

Era escaparse hacia el futuro. Después que la India detonara su primera bomba atómica el 21 de mayo de 1974, pagaban justos por pecadores y los EEUU empezaron a perseguir, acorralar y aislar a los programas atómicos relativamente independientes, como el argentino. El boicot estadounidense de combustibles se veía venir por otra causa: la Argentina venía firmando “tratados marco” de cooperación nuclear, uno tras otro, con sus vecinos de mapa, zona que el Departamento de Estado considera “su patrio trasero” político y comercial. En la visión de ellos, los estábamos invadiendo.

El esfuerzo de Pilca debe medirse contra un resultado: no es la producción propia, sino el acceso a la ajena. Pilca no da ni de lejos, por su pequeño tamaño y por su tecnología deliberadamente obsoleta de difusión gaseosa, para obtener 14 kg. de uranio enriquecido al 90% en su isótopo físil 235, la base de una bomba.

Tampoco podría suministrar las más o menos 27 toneladas anuales de uranio enriquecido entre el 1,7 y el 5% de una central nucleoeléctrica de 1000 MW. Y para el caso, tardaría décadas en proveer la demanda anual de uranio al 19,7% del reactor de investigación OPAL de Sydney, Australia, esa venta histórica que transformó a INVAP en el mayor referente mundial en este tipo de instalaciones.

¿Entonces para qué sirve Pilca? Nuevamente: da acceso. Garantiza que ahora, toda vez que licitamos una compra de enriquecido para un reactor o central, los integrantes del “cártel del enriquecimiento” (EEUU, Francia, Rusia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda y China), lejos de acordar en boicotearla, más bien se tiran de palomita para ganarla. Harán lo que sea con tal de que no modernicemos y aumentemos la capacidad de Pilca. Técnicamente, podemos. Legalmente, podríamos. Comercialmente, deberemos.

Es lo que hizo sostenidamente Brasil con su capacidad de enriquecimiento desde que declaró la existencia de su primera cascada de centrífugas, un método una generación más adelantado que el nuestro. Los primos progresaron: en 2016 Brasil nos nos pudo vender el enriquecido del primer núcleo de la centralita compacta argentina CAREM: ya se hizo proveedor. Y nosotros de ellos: INVAP les vendió la ingeniería de un reactor de investigación e irradiación parecido al OPAL pero más potente, el RMB.

Haber devenido “parceiros nucleares” de Brasil nos remite al papel que jugó Pilca en el Mercosur: fue la patada inicial. En julio de 1987, con negociaciones comerciales muy atrancadas, el presidente Raúl Alfonsín, en una jugada dramática, invitó a su par, José Sarney, a aquella instalación rionegrina todavía llena de secretos. Hubo acceso pleno y gran comitiva de expertos nucleares brasileños, que fotografiaron hasta al perro de la guardia de Gendarmería.

Esa apertura, retribuida luego por Sarney, destrabó décadas de rivalidad diplomática, militar y nuclear con los vecinos. Allí en Pilca se “chamuyaron” los lineamientos, todavía sin papel ni firmas, del monitoreo recíproco de los inventarios de materiales físiles entre vecinos. Recién después se pudo hablar de otros negocios. Con Pilca empezó el Mercosur. ¿Alguna vez tendrá un monumento por ello?

José Sarney y Raúl Alfonsín bancando el frío de julio de 1987
en Pilca, donde nació el Mercosur.

Pilca debe medirse también por otro resultado: tranquiliza a nuestros compradores. Posibilita pensar a escala el CAREM, que deberá exportarse de a decenas. En el campo de los Small Modular Nuclear Reactors (SMRs), las plantas chicas de construcción modular y seguridad inherente, estábamos casi solos en los ’90.

Hoy tenemos 17 competidores en otros 7 países (China, la India, Rusia, EEUU, Canadá, Corea, Pakistán). Los 3 primeros ya tienen sus propios SMRs funcionando. Sin embargo el reactor más peligroso en términos de competencia para el CAREM es el NuScale de los EEUU, muy imitativo del nuestro y todavía en planos. Pero ya con más de 80 empresas privadas asociadas y todo el apoyo del estado federal, el NuScale se constituyó en “proyecto de bandera”, símbolo del renacimiento nuclear yanqui tras 40 años de decadencia.

El CAREM está en construcción, pero este gobierno la atrasó muchísimo. Se está configurando una rivalidad comercial muy asimétrica. Si Pilca sigue en marcha, no es imposible que algún futuro presidente estadounidense quiera repetir “la Gran Jimmy Carter”, recordando al mandatario que en 1978 trató de espantarnos a Perú por boicot de combustible. Si se esto sucediera, no tendríamos otra salida que ampliar y modernizar la instalación, para defender el futuro comercial del CAREM.

El nombre de Pilca es anatema para las potencias nucleares dominantes. Desde que existe, aquí son un poco menos dominantes. Pero todavía pueden lo suyo: una de las medidas del extraño ingeniero Mauricio Macri y de su Subsecretario de Energía Nuclear, el sociólógo Julián Gadano, fue dejarla fuera de operaciones. Oficialmente, la planta “se descompuso” en junio de 2016: al parecer, no se la reparó… durante tres años. En su difícil historia de vida, Pilca estuvo casi siempre clausurada, salvo durante la breve década de nuestro renacimiento nuclear. Ahora se habla de reactivarla para una corrida de comprobación en Octubre. ¿Les creemos?

Próximo paso posible, si a Macri y Gadano les dan los tiempos: comunicar oficialmente la renuncia al enriquecimiento, rosquear la complicidad legislativa necesaria y luego firmar de apuro, en crudo, sin alharaca, sin revisión y sin una discusión previa con Brasil, el llamado “Protocolo Adicional” del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Es legalmente difícil: nuestro acuerdo de salvaguardias con Brasil es cuatripartito, involucra a Argentina, Brasil y dos entes de inspección, la Agencia Brasileño Argentina de Contabilidad y Control (ABBAC) y el OIEA de Naciones Unidas.

Sería difícil  imaginar un modo argento y unilateral de firmar un Protocolo Adicional, pero ya traicionamos diplomáticamente a Brasil una vez, en letra y espíritu. Sarney y Alfonsín habían construido la ABBAC precisamente para que nuestros dos países se inspeccionaran recíprocamente, pero sin TNP, es decir con exclusión de terceros. La ABBAC nació para eliminar sospechas regionales sin tener que soportar esa lesa soberanía tecnológica que supone ser inspeccionado en tiempo real y de forma legal por todo el Consejo de Seguridad: si quieren espiarnos, páguenle a sus 007. ¿Qué hicieron el presidente Carlos Menem y su canciller Guido Di Tella en 1995? Firmaron el TNP por sorpresa y sin avisar siquiera a Brasil. De modo que si se trata de deteriorar aún más la situación, el gobierno alquila buenos rábulas y algo se les puede a ocurrir.

Y el Protocolo aquí congelaría todo. Es legalmente más devastador que chatarrear la planta. En los términos deliberadamente burdos y generales de su redacción actual,  todo intento futuro de resucitar Pilca nos volvería, automáticamente, “sospechosos de proliferación armamentista”. Más que un monumento, Macri y Gadano a Pilca le preparan una lápida.

PIAP, planta industrial de agua pesada, Arroyito, Neuquén.

La cruzada del presidente Macri contra el Programa Nuclear Argentino tiene tres objetivos estratégicos, y no se quiere ir sin verlos cumplidos:

- Liquidar la capacidad local de enriquecimiento de uranio. Cerró la planta de Pilcaniyeu («Pilca»),  primera fase terminada. Falta desbandar al personal y firmar el Protocolo Adicional del Tratado de No Proliferación. Luego resucitarla sería legalmente casi imposible.

- Liquidar la línea de centrales nucleoeléctricas CANDU de uranio natural y agua pesada. Canceló la construcción de Atucha III CANDU y echó a la calle a 300 personas de NA-SA que acababan de reconstruir a nuevo Embalse, algo mucho más difícil que construir una CANDU nueva. Primera fase terminada, la segunda en curso.

- Liquidar la capacidad local de fabricación de agua pesada. Cerró la PIAP, o Planta Industrial de Agua Pesada de Arroyito, Neuquén, primera fase, en 2016. Esta semana está enviando los telegramas a los 300 últimos operadores que se resisten a irse, segunda fase. Luego, a planta oficialmente cerrada, vendría la firma entre gallos y medianoche del Protocolo Adicional, para que este Lázaro tampoco resucite.

Lo dicho, éste parece el momento más crítico de nuestra historia nuclear.

El ataque contra la PIAP viene siendo el menos comprendido por la opinión pública. El 99% de los argentinos no entiende qué demonios es el agua pesada. Jamás la ha visto ni la verá en su vida, y no puede medir en qué lo afecta que se fabrique aquí o no. Algunos pocos políticos neuquinos que dicen defender la PIAP balbucean que allí se fabrica energía, o que suministra radioterapia: no tienen idea de qué hace esa inmensa instalación en medio del desierto en la ruta provincial 223.

La PIAP y las centrales CANDU son asuntos inseparables. Por tener un combustible de baja reactividad (uranio natural), las CANDU sólo funcionan con agua pesada. Ésta frena los neutrones en los alrededores del combustible, evitando su dispersión, y así multiplica las fisiones hasta que éstas se encadenan. Si Ud. sustituyera el agua pesada de las Atuchas o de Embalse por agua común, sencillamente no lograrían arrancar.

Las CANDU son la especie predominante de las centrales llamadas PHWRs (Pressured Heavy Water Reactors), con uranio natural y agua pesada. La otra especie de PHWR se limita a 2 casos únicos en el mundo: las Atuchas 1 y 2, voluntariosas adaptaciones de las centrales alemanas de uranio enriquecido hechas por KWU, hoy SIEMENS, para funcionar con un combustible más pobre, uranio natural.

Las Atuchas conservan una particularidad típica de las plantas de uranio enriquecido: el recipiente de presión, enorme, carísimo e imposible de fabricar salvo en países con industrias metalúrgicas muy consolidadas. Raras y caras como son, las Atuchas han funcionado bien, pero la primera en 1988 se rompió y tardamos un año y medio en repararla: las sorpresas de disponibilidad (no de seguridad) típicas de un prototipo.

La segunda, costosa ya de suyo, se fue atrasando en la construcción, y por ende también encareciendo por costos improductivos a medida que se sumaban las interrupciones de obra. En todo esto pesaron el endeudamiento nacional promovido por El Proceso, y ya en democracia, las exigencias a veces nada silenciosas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Atucha II fue muy frenada también por el antinuclearismo berreta que nos bajaba como línea el Hemisferio Norte, y del que se nutrieron –para vergüenza nuestra- casi todos los partidos políticos argentinos entre 1983 y hasta 2006. Aquel año Néstor Kirchner terminó con la pavada, puso la plata y la decisión, la obra agarró carrera y ya no se detuvo más. Esta segunda Atucha se atrasó 27 años. Ambas están ubicadas juntas en Lima, provincia de Buenos Aires.

En 1988, la unidad 1 todavía recibía visitas de países del Magreb, deseosos de una versión potenciada y mejorada llamada Argos 360, pero “pasaron cosas”. Lo grave para los compradores no fue tanto que Atucha 1 se hubiera roto en 1988, sino que la 2 no se terminaba jamás, y lo que empeoró todo la actitud fue ventajera de SIEMENS, que trató de cobrar U$ 200 millones por una reparación que la CNEA terminó haciendo por U$ 17 millones. De modo que ahí están: aunque robustas, nadie más las compró. Únicas en el mundo.

Luego están las CANDU canadienses como la central de Embalse, Córdoba. Ése es el tipo de planta que podemos hacer 100% en Argentina. Los canadienses la diseñaron para no ser dependientes de los EEUU en dos asuntos que excedían su industria: fabricar recipientes de presión y enriquecer uranio. Es la central que deberíamos estar construyendo desde 2016 con una financiación china “de regalo”, pero que el extraño ingeniero Macri, y el no menos bizarro Subsecretario de Energía Nuclear, el sociólogo Julián Gadano, retrasaron y finalmente rechazaron.

Esquema simplificado del funcionamiento de una CANDU 6.
Los 380 tubos de presión paralelos que atraviesan la calandria
sustituyen el enorme recipiente de vapor de las Atuchas.

La elegancia de las CANDU consiste en sustituir el recipiente de presión por una sencilla calandria atravesada por tubos de presión, no muy distinta de las de las viejas locomotoras de vapor. Debido a su sensatez de diseño, Embalse tiene clones por todos lados. En realidad, ES un clon. Hay 46 centrales CANDU similares en 7 países empezando por el que las inventó, Canadá, sin contar 18 imitaciones en la India. En ese país de población gigante hay 4 más en construcción y todavía 12 más planificadas.

A los indios les gustan las CANDU por las mismas causas que a nosotros: son inmunes a todo boicot de combustible enriquecido y su industria puede construir el 100% de los componentes.  Fuera de estas conveniencias nacionales, las CANDU y sus copias indias tienen una buena foja de seguridad y disponibilidad, en parte gracias a su moderación con agua pesada, líquido que al salirse de su temperatura óptima tiende a estabilizar la máquina o incluso apagarla, evitando las «rampas de potencia» (como sucedió en Chernobyl, que se moderaba con grafito, mucho más barato).

A diferencia del desacreditado grafito, el agua pesada no se incendia. Es agua, como el agua común. Es más, se extrae de ella, en la que está presente… pero poco. De cada millón de moléculas de agua de la canilla, 156 son de agua pesada. Hay que quedarse con ellas y descartar el resto. Es el trabajo físico-químico extenuante, costoso y complejo de la PIAP.

Por eso el agua pesada grado central, 99,97% pura, eso es tan cara: a entre U$ 600.000 y U$ 800.000 la tonelada, (precio argentino, el más bajo). Representa entre el 15 y el 20% de la inversión inicial de una CANDU. Es una “bulk commodity”, pero de las más caras de la historia industrial. La carga inicial de Atucha II hoy valdría entre U$ 300 y U$ 400 millones. ¿Empiezan a entender, políticos argentinos, qué se hace en Arroyito?

Respuesta rápida: soberanía y plata. Son lo mismo. Tenemos una segunda respuesta para políticos neuquinos: en Arroyito se le da un valor agregado formidable al gas natural local, uno de los tres insumos fuertes de la PIAP. Es bastante más redituable que vendérselo a Chile, política que vació en 20 años los campos de Loma de la Lata, que debieron durar 60 años. Y tenemos también una tercera respuesta: Arroyito es la mayor fábrica de la provincia, además de la única de gran complejidad tecnológica. El resto de la todavía potente economía neuquina es extractivo y atado a un recurso finito.

Con la PIAP construida, pagada, con antecedentes de haber autoabastecido nuestras Atuchas y Embalse, tras haber exportado producto a Canadá, EEUU, Francia, Inglaterra, Australia y Noruega, con esta majestuosa unidad devenida de hecho en la mayor planta del mundo en su tipo, hay que ser bobo, vendepatria o ambas cosas para cerrarla, y dar por muerta la vía del uranio natural.

Ahora que EEUU le retuerce el brazo a todos los firmantes del Tratado de No Proliferación para que suscriban también el Protocolo Adicional, se vienen tiempos de sometimiento. Los países que posean centrales de uranio enriquecido pero no capacidades de enriquecimiento deberán rendir pruebas de “buena conducta” todos los años ante los proveedores de ese servicio, y eso para poder alimentar sus plantas nucleoeléctricas. Si hiciste algo que me moleste, apagón. Esto es como tener los títulos del auto y la cédula verde, pero estar obligado a comprarle la nafta al pesado del barrio. Que te va a cobrar lo que quiera. Y no solo en dinero.

Este abrazo de oso se completa por el otro lado: el descrédito de la tecnología de uranio natural. Los argumentos en contra de la misma son fáciles de rebatir técnicamente. Pero los nucleares sabemos en cuero propio lo fácil que es armarnos campañas de opinión pública para desacreditar tal o cual instalación o actividad en nuestro país. El versátil sociólogo Gadano no pierde ocasión de llamar “vía muerta” a la tecnología del uranio natural.

Los muertos que mata Gadano gozan de buena salud. No sólo está viva y coleando, con un crecimiento mundial de 16 centrales nuevas, es decir un 24,48% más de unidades, y todas de mayor potencia que las anteriores. También estamos obligados a defender nuestra historia y nuestra plata: aquí hubo medio siglo de inversión industrial pública y privada en plantas y fábricas que permiten fabricar combustibles de uranio natural y exportar agua pesada, además de componentes CANDU, y además construir versiones mejoradas de Embalse para nuestro propio mercado eléctrico. Y esto se puede hacer con o sin ayuda técnica canadiense, y con o sin plata china. Además, ¿cómo no tocarle timbre a la India? Allá, con tanta CANDU en obra o en pedido, van a necesitar mucha más agua pesada que la que pueden fabricar. Además, no es imposible que podamos intercambiar componentes y asesorías de diseño.

La calandria de una central Candu del complejo Bruce, Ontario,
con sus 380 tubos de presión.

Para dar algunos nombres, los tubos de presión, de calandria y los elementos combustibles los construye CONUAR, los generadores de vapor y las calandrias, IMPSA, y sirven en cualquier CANDU-6 del mundo. Además, entre las metalmecánicas, electromecánicas y electrónicas criollas tenemos otras 140 empresas medianas y PyMES ya calificadas por NA-SA y la ARN en la terminación de Atucha II y el “revamping” de Embalse. Tenemos todo. Para usarlo, y para exportar.

Lo que hay –al menos con este gobierno- es una decisión en contra. Con agua pesada propia asegurada, podríamos autofinanciar cada nueva CANDU en pesos, con la venta de electricidad de las anteriores: se pagarían solas. Pero para una primera unidad de al menos 700 MW, habría que tragar saliva y poner al menos U$ 8 mil millones a lo largo de 6 años, lo que supone el alineamiento de dos sucesivos presidentes industrialistas, cada uno un “cisne negro” en la política argentina . No es algo que vaya a suceder con Macri en el sillón de Rivadavia (y endeudándonos como Rivadavia) o con el sociólogo Gadano dándole órdenes (inexplicablemente) al mayor y más sólido elenco de científicos y tecnólogos nucleares del Hemisferio Sur.

Son personajes efímeros cuyo mérito aspiracional es dejar daños permanentes en la independencia de nuestra historia nuclear, o tratar al menos. En este cuadro de situación, ¿podemos construir la Hwalong-1 de uranio enriquecido que quiere vendernos China? Sí, con reservas. Está bien que vayamos explorando el uranio enriquecido. No es malo dominar ambos vías tecnológicas. Pero no nos casamos con el tipo de  combustible ni con el proveedor. Con ningún proveedor. Somos Argentina, tenemos 69 años en energía atómica, prestigio mundial, muchas opciones y además planes propios.

La PIAP de noche. Los neuquinos la llaman “el transatlántico”,
porque es un manchón de luz en el mar oscuro de la estepa.
Lo que no tienen es mayor idea de qué produce.

AGUA Y POLÍTICA PESADAS

La Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP) de Arroyito, Neuquén pertenece 100% a la CNEA pero es operada por un “joint venture” llamado ENSI (Empresa Neuquina de Servicios de Ingeniería), cuyo capital se divide entre la CNEA (51%) y la provincia (49%).  Hasta 2015, ENSI mantuvo en la PIAP una dotación fija de aproximadamente 450 profesionales, técnicos y obreros calificados, amén de otras 600 contratados en servicios (transporte, comedor, limpieza, seguridad, guardia médica, etc).

Terminada la carga de Atucha II, en 2016 la PIAP debió haber entrado en mantenimientos preparatorios para su tarea siguiente: la carga inicial de Atucha III CANDU, 500 toneladas de agua pesada facturables a entre U$ 600 y U$ 800 millones en 4 años de producción. Luego seguiría la fabricación de 300 toneladas más para hacer stock de reposición para las dos Atuchas y Embalse, que pierden unas 30 toneladas/año por evaporación.

Pero la PIAP debía atender también la demanda de los reactores de investigación vendidos por INVAP en Egipto, Australia, Holanda y Arabia Saudita, amén del RA-10 que se construye en Ezeiza y el RBM brasileño: usan agua pesada no como refrigerante, sino exclusivamente como moderador, para aumentar la potencia térmica y el flujo de neutrones de sus núcleos. Pero sumando estas unidades más chicas que una central, el total de agua pesada a entregar iba llegando a 1000 toneladas, 6 años de operaciones al máximo rendimiento de la planta, sin contar al menos entre 1 y 2 años de paradas para reparaciones. En fin, trabajo en Arroyito no faltaba, y además estaba –sigue estando- el “boom” de demanda que causarán las centrales nucleoeléctricas “CANDU-like” de la India, país que no puede autoabastecerse.  Y al que estamos mandando las señales equivocadas.

Y es que al toque de asumir, este gobierno nacional detuvo toda tarea en la PIAP, descartó Atucha III CANDU en 2018 y desde entonces, con la indiferencia evidente del gobierno provincial, fue tratando de lograr que el personal calificado se fuera a dar servicios petrogasíferos en Vaca Muerta. Al menos 300 personas se niegan y hoy acampan en la ruta 223. Esta semana, tras tenerlos meses sin cobrar o haciéndolo en cuotas, ENSI les empezó a mandar telegramas. Como va la cosa, esto termina a palos o peor: Macri no quiere irse con los deberes sin cumplir. No exactamente con la patria, o al menos con ésta que tenemos. El Departamento de Estado hace décadas que se la tiene jurada a la PIAP.

Poner esa planta ahí costó dos generaciones de trabajo de centenares de físicos, químicos, ingenieros y metalurgistas de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Fue una lucha llena de avances y retrocesos contra muchos opositores externos e internos, y de la cual el argentino de a pie no se enteró demasiado: los neuquinos no son una excepción. Aún sin retrocesos, esa lucha habría costado grandes recursos nacionales. Con retrocesos, ¿cómo medirlo? ¿U$ 1300 millones al momento de inauguración de la PIAP en 1994?

Como contraste con Pilca, nacida tan en secreto, la Argentina jamás ocultó su decisión de fabricar agua pesada desde los ‘50. Desde 1967 eso se tuvo que tomar en serio, visto que la CNEA estaba licitando su primera central nuclear de uranio natural, Atucha I.

Pero con pocos fabricantes mundiales, Atucha I y sus continuadoras eran muy vulnerables a un boicot de agua pesada. Y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (EEUU, Rusia, el Reino Unido, Francia y China) prefiere que los países de desarrollo mediano no tengan fabricación propia de este líquido. Esas mismas superpotencias lo usan para “cocinar” plutonio 239 grado bomba en precarios reactores militares de uranio natural, llamados también “production facilities”, caracterizados por no producir electricidad.

Mucho trabajo calificado en la PIAP, pero no hay modo de que la
política lo tenga “en el radar”.

¿Qué chances habría de que Argentina se “autorrobara” 10 o 15 toneladas de agua pesada para un reactor plutonígeno? Como cuenta el embajador Maximiliano Gregorio Cernadas, orgulloso ex miembro de la Dirección de Asuntos Nucleares y Desarme (DIGAN) de la Cancillería e historiador, el pacifismo fue una de las pocas decisiones sesentistas de la CNEA que no tuvo opositores internos o externos, y que se mantuvo a rajatablas hasta hoy. No es que seamos especialmente buenos. La CNEA cree que el mensaje más poderoso y menos costoso que emitió y debe seguir emitiendo la Argentina es “No tenemos la bomba porque no queremos, no porque no podamos”.

Robar agua pesada de la PIAP era imposible aún antes de que firmáramos el Tratado de No Proliferación (TNP) en 1995, e incluso antes de que creáramos el ABBAC (1987), otro sistema de controles recíprocos de materiales estratégicos con Brasil. La PIAP, por ser tecnología externa comprada bajo salvaguardias, estuvo desde su inauguración en 1994 bajo vigilancia de cámaras y otros sensores remotos monitoreados desde Viena, sede del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) de las Naciones Unidas, que además envía allí inspectores por sorpresa.

El tema es que las superpotencias armamentistas no quieren una economía mundial del agua pesada, punto. Y si por ello tienen que llevarse puestas algunas autonomías nacionales, “ese es el nombre del juego”. Contra el agua pesada, política pesada.

Por algo, aunque son 13 los países con capacidad de enriquecimiento, existe “el cartel del uranio enriquecido”: EEUU, el Reino Unido, Francia, Holanda y Rusia concentran el 90% de la producción del combustible “grado central” que usa a su vez el 89% de la flota de plantas nucleoeléctricas PWR y BWR del mundo. La función histórica del cartel ha sido imponer el uranio enriquecido como combustible universal, apretando de mil maneras al que no la acate e intente, como Canadá y sus 6 clientes nucleares, la vía PHWR, de uranio natural y agua pesada. Es una diplomacia de fuerza bruta que se ejerce en silencio no sólo contra los posibles compradores, sino incluso contra vecinos y aliados. Fue el caso de la República Federal Alemana, cuando SIEMENS, apalancada en la Argentina con ENACE, un “joint venture” con la CNEA, todavía intentaba vender en el Norte de África el Argos 360 MW, una especie de Atucha 1 muy “pisteada”. Llegó el gobierno de Carlos Menem con instrucciones traducidas del inglés y disolvió ENACE, fin del problema.

Por esa misma época, los ’90, SIEMENS abandonó, junto con sus pretensiones de exportar Atuchas al 3er Mundo, toda su división nuclear: se la vendió a la sociedad estatal nuclear francesa AREVA. Hoy Alemania está por cerrar “definitivamente” sus últimas centrales en 2022, todas de uranio enriquecido. Las comillas significan dudas. Es que ante el caso de que el Lázaro nuclear resucite en Europa, SIEMENS se quedó con el 34% de las acciones de AREVA.

Una de las varias “pruebas de vida” del uranio natural: dos de
las centrales CANDU 6 vendidas por Canadá a China en Qinshan,
provincia de Zhejiang. China licenció la compra de otras 2 de
mayor potencia, las AGR, también ofrecidas al Reino Unido.

Hay una decisión de terminar con la tecnología de uranio natural que unió larga y silenciosamente a enemigos irreductibles. Este acuerdo secreto entre Rusia y los EEUU viene desde tiempos soviéticos, atravesó el derrumbe de la URSS y en 2011 logró por fin la quiebra del único oferente en pie de centrales nucleoeléctricas de uranio natural, la AECL, o Atomic Energy Commission of Canada, Ltd. Al menos un par de cancillerías descorcharon el champagne de la venganza: AECL no sólo les había quitado clientes a la industria nuclear yanqui en el enorme mercado interno de Canadá sino también en Corea, Argentina, Pakistán y China. Y de paso, le había soplado la India y Rumania a la URSS, para asombro soviético.

Es más, antes de hacer quebrar a la AECL, “alguien” logró que este país cerrara su planta de agua pesada en Bruce, Ontario, 4 veces mayor que la PIAP en capacidad de producción. Esto nos dejó inesperadamente como primer proveedor mundial, lo que en la práctica significó que seríamos la víctima siguiente. Bruce, para el caso, fue chatarreada al toque del cierre, y eso en un país que tiene 18 centrales CANDU, varias de las cuales están destinadas a “extensión de vida útil” (30 años más en operaciones), y no sólo piden reposición constante sino cargas nuevas enteras. “Alguien” estaba manipulando la política y los medios canadienses en contra del interés nacional, tratando a Canadá, un país de alto índice de desarrollo humano y una potencia mediana, como a una república bananera.

EEUU, que jamás nos pudo vender una central, no quiere que exista el agua pesada como bien transable en el mundo, pero mucho menos aún que se fabrique en la a veces díscola Argentina. Por eso tanta presión secreta pero brutal contra la PIAP, y por eso también logró fácilmente que en 2018 Macri eliminara la CANDU de la oferta china de 2014 a Argentina, que era doble: una CANDU primero, y 2 años más tarde, la Hwalong-1 de enriquecido.

China tiene a la Hwalong-1 (literalmente, “Dragón Chino”) como proyecto de bandera. La usa para mostrar al mundo que dejó atrás su industria “todo por dos pesos” y se ha vuelto un país de tecnología fina. Una CANDU no le sirve para ello, por demasiado canadiense, de modo que en nuestro caso, la China National Nuclear Corporation (CNNC) sólo la incluyó en la “oferta paquete” para tentarnos. Cuando Macri y Gadano la dieron de baja, China no se hizo problema: se evitaba el costo de la carnada. Y además: ¿desde cuándo a los chinos les conviene que seamos tan independientes?

Las centrales de uranio enriquecido no son mejores que las de uranio natural. Pero vuelven dependiente al comprador y de paso, al abstenerse de agua pesada como insumo, “combaten el armamentismo”. Un slogan raro viniendo de países que, como EEUU, en 1985 tenía aproximadamente 31.000 armas nucleares, y que hoy, tras bajar a 6.500, está rompiendo unilateralmente pactos de desarme con Rusia para volver a renovar, complejizar y multiplicar su arsenal.

El camino argentino a la autoprovisión de agua pesada fue –y sigue siendo- durísimo. Con las superpotencias confabuladas en los ’70 para que no tuviéramos oferentes externos, primero hubo que construir una planta experimental de poca capacidad (3 toneladas/año) y tecnología propia. Fue la PEAP, que funcionó muy brevemente al lado de Atucha I, y cuyas colosales torres de acero indujeron a error a más de uno: era una unidad de demostración, no industrial.

Una vez que se vio que la PEAP funcionaba, el paso siguiente era levantar una segunda planta industrial de 80 toneladas/año con la misma tecnología de ácido sulfhídrico de la PEAP. Pero esta producción quedaría legalmente fuera de monitoreo para el OIEA, dado que sería 100% argentina y entonces no éramos firmantes del TNP. Eso legalmente la volvía libre de salvaguardias.  Ante la determinación de la CNEA de avanzar por esa vía, el boicot organizado se desmoronó y nos llovieron ofertas, incluso yanquis.

La Planta Experimental de Agua Pesada (PEAP) en Lima, prov.
de Buenos Aires, con sus altas columnas de acero. Era 100%
de tecnología CNEA. Una vez construida, con tal de que no la
ampliáramos, nos cayeron ofertas por unidades industriales.
Se chatarreó en los ’90.

Todo parecido con la historia del boicot de uranio enriquecido en 1978 y su facilidad de compra desde 1983, cuando se dio a conocer la planta piloto de Pilcaniyeu, estimado/a lector/a, ES DELIBERADO.

En 1980 se eligió la propuesta de Sulzer Brothers, de Suiza, cuyo proceso se basa en el amoníaco, en lugar de en el sulfhídrico. Es el origen de la planta actual que da, teóricamente, 200 toneladas/año. En realidad, fueron 180 en su mejor año.

A partir de 1982 la obra empezó a quedarse sin plata con poco avance, la Sulzer terminó yéndose con un portazo y la PIAP (con “I” de industrial) se terminó como casi todas nuestras obras nucleares setentistas: sin ayuda, a los ponchazos y tras mucho “stop and go”. La descomunal instalación entró, finalmente, en operaciones en 1994, muy contra la voluntad del entonces embajador de EEUU en Argentina, Terence Todman, del presidente Carlos Menem y su ministro estrella, Domingo Cavallo. Las caras de estos dos últimos personajes durante la ceremonia de inauguración auguran tempestades.

La imagen de la PIAP, rodeada de pura nada, la muestra como una especie de implante extraterrestre en una economía básicamente primaria (la neuquina). Esto explica que se pueda ser legislador provincial y creer que en Arroyito se hace radioterapia, o se genera electricidad. Esta discontinuidad económica, política y cultural de la PIAP con la provincia hoy facilita su cierre. Y qué decir de los gobiernos a cargo de Carlos Menem y Fernando De la Rúa, próceres del desarrollo independiente…

¿Y qué pierden los gobernadores neuquinos con los cierres? Políticamente, poco. Piquetes en las rutas, tal vez palos y gases, quizás balas, como las hubo en la represión de las puebladas de Cutral-Co. Nada que no haya sucedido demasiadas veces, pero sin cambiar jamás un dato básico: a fuerza de petróleo y gas, Neuquén tiene, aunque cada vez menos, el último miniestado de bienestar de la Argentina. Eso le dio décadas de primacía asegurada al Movimiento Popular Neuquino (MPN) salvo que se acaben los hidrocarburos o su precio se derrumbe. Excepción a esta regla: Cutral-Co, por causas obvias. Pero si este partido no tiene en su radar a la CNEA, es porque tal vez ésta hizo un error en no enraizarse más en Neuquén, y darle una chance de ser más que un emirato con elecciones.

Lo que la Argentina debe saber es que si la PIAP efectivamente se cierra y el gobierno firma “en crudo” el Protocolo Adicional del TNP, nuestro desarrollo atómico independiente queda congelado. No habrá próximas carreras ni centrales nucleares, ni plan B para una provincia que parece haber agotado sus formaciones geológicas hidrocarburíferas convencionales, y que hoy apuesta todo su porvenir a una tecnología tan incierta como el “fracking” de esquistos.

1000 MW nucleares en Neuquén generarían al menos 7000 puestos de trabajo en la etapa de construcción y montaje, y luego 60 años de ocupación fija para miles de profesionales y técnicos operadores, a salvo de los vaivenes del petróleo. Además, sumarían a las ventas de electricidad provincial. Y por último, evitarían la combustión de 1.600 millones de m3/año de gas natural y posibilitarían su exportación sin agravar el desabastecimiento interno.

Si nos preguntan, lectores, adónde querríamos el próximo instituto universitario avanzado como el Balseiro, el Dan Beninson o el Sábato, y sobre todo la próxima central CANDU y la próxima CAREM, ya saben. Y si nos preguntan qué compromiso querríamos del próximo gobierno nacional, es la defensa del enriquecimiento de uranio y la fabricación de agua pesada. Son tecnologías que no nos vendió nadie, que tuvimos que reinventar aquí como quien reinventa la rueda, y que nos han dado y pueden dar independencia y prestigio en energía, industria, empleo, comercio y política exterior.

Fuente: AGENDAR